Expresión Literaria
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"El Pachuco y otros extremos". Ensayo sobre la obra de Octavio Paz.

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Mensaje  José Raúl Herrera Ramírez Mar Oct 21, 2008 4:43 pm


El presente ensayo gira en torno al primer capítulo de la obra de Octavio Paz; "El laberinto de la soledad". Está dedicado con un respeto a ultranza y profunda simpatía al Licenciado Omar Pérez Luis. (Lo esperamos con ilusión, profe. Recúperese pronto o antes si es posible.) bom


EL PACHUCO Y OTROS EXTREMOS.

ENSAYO.


Ante la interrogante que supone el cuestionar de un pueblo sobre su origen y destino, Octavio Paz ofrece la analogía de la adolescencia. Las culturas, al verse en el reflejo de su historia, buscan saber el porqué y el para que de su esencia y existencia de la misma manera que un adolescente pretende intensamente encontrar su identidad en el espejo del “otro”.

En ambos casos, surge la situación de soledad. Cuando una cultura busca identificarse con sus raíces, y estas son una maraña casi indescifrable de circunstancias históricas, manifiesta angustia, ansiedad y un sentimiento de soledad.

Dice Paz que el hecho de interrogarse un individuo, o una sociedad sobre sus orígenes y sentido, es una muestra de avance. No puede haber destino sin sentido, y no puede haber sentido sin origen. Las sociedades que entran en esta dinámica un tanto conflictiva, están en un punto de preparación para su posterior desarrollo integral.

Desafortunadamente para los mexicanos, el proceso de reconocerse a sí mismos, que inició en la década de los cincuentas del siglo pasado, parece haberse detenido y aun mostrar un gran retroceso, ante el debate globalizador y transculturizador que vive el mundo entero. Ahora, con la problemática que representa el insertarse en una economía global, el sentido de identidad nacional pasa a un segundo o tercer término, y sus expresiones reveladoras se han convertido en una curiosidad mundial, a venderse en una postal o en una fotografía de turista.

No fue así en la época de Paz. Entonces había estructuras claras que el autor, con su genio indiscutible, pudo abordar. Una de ellas fue la situación de los individuos de origen mexicano que habían nacido y crecido en territorio estadounidense. En sus viajes, el escritor pudo notar esa característica del inmigrante mexicano, aun clara en esta época. El mexicano en el exterior muestra un aire furtivo, como el de aquel que pretende pasar desapercibido, temiendo que el embate de otra cultura, o incluso el de otro igual a él violente su intimidad.

El mexicano en el exterior se refugia en su soledad interior, aunque la odie. Sus rasgos ancestrales se manifiestan en la desconfianza abierta, la reticencia al cambio y la contemplación quietista. Esta actitud interna no afecta ni desvaloriza su capacidad para el trabajo ni para la creación artística. Pero en tales casos, ocupa las famosas “máscaras” con las cuales se encubre para no ser traspasado por los demás. Así, podrá tener éxito en la fábrica o la empresa, en la galería o el escenario, mostrarse eufórico o deprimido, pero tras la hora de oficina o al bajar el telón, regresa a su estado de soledad, como si temiera que al abrirse fuera a perder esa identidad que no termina de entender.

No es así en el caso de sus descendientes, que han nacido en el exterior, -en este caso estados unidos-. En la década de la post guerra, empezaron a agruparse en los estados del sur de USA bandas de jóvenes denominados “pachuchos”. En su vestimenta, exageraban las modas norteamericanas, y en su hablar como en su conducta, renegaban sus orígenes mexicanos. Viviendo de forma violenta y antisocial, fueron marginados y estigmatizados duramente por la sociedad norteamericana.

El pachuco es un excelente modelo para entender la soledad del mexicano que ha perdido o no reconoce su identidad. Brutal y agresivo, contracultural y exagerado, con un idioma mixto y al margen de la sociedad, su vida misma es muestra de esa incapacidad para comunicarse efectivamente con los demás. El pachuco sabe de donde proviene, pero no lo acepta. Se sabe posesor de rasgos y características que rechaza y le repugnan, pero al mismo tiempo no quiere integrarse a la sociedad bajo la cual nació. De ahí su transcurrir entre el exceso y la morbosa fascinación autodestructiva.

Un fenómeno similar se dio en México desde la época de los setentas. Grupos de adolescentes, generalmente de clases bajas empezaron a formar las famosas “bandas” émulas de la tristemente célebre “Los Panchitos”. Mostraban características similares a las de los pachuchos, pero su indumentaria era más agresiva y la edad de reclutamiento menor. En las bandas mexicanas, puede verse el fenómeno de rechazo a la sociedad, aunque en este caso integraron elementos afines a su cultura, como el culto a la virgen de Guadalupe, un sentido morboso del honor y plagaron su lenguaje de mexicanismos sólo entendibles para ellos.

En ambos casos, se nota la angustiante búsqueda de identidad, el rechazo de la sociedad que los vio nacer y el sentimiento de autodestrucción y venganza que de ellos surge ante su situación. Sus cuadros y prototipos eran figuras de la música y las letras con rasgos neuróticos y psicóticos. Artistas suicidas, abusadores de sustancias tóxicas, figuras fantasmales que iban contra lo establecido, como si tuvieran prisa por desaparecer, para quienes la vida era una sombra que había que pasar embriagado y embrutecido por los placeres, con el fin de no escuchar esa angustiante voz interior que pide respuestas a las preguntas trascendentales; ¿Quién soy, de dónde vengo y a dónde voy?

La situación del mexicano en la actualidad ha cambiado en sus formas, pero no en sus estructuras atávicas. Aunque ahora se busca exageradamente la adaptación a las condiciones cambiantes de un mundo en transición como prioridad, así como imitar el estilo de vida occidental hasta en sus menores rasgos, el mexicano aun sigue esperando hacerlo desde su trinchera de angustia y soledad.

Pachucos, chavos banda y cholos podrán parecer casos extremos, pero lo cierto es que la soledad del mexicano se da en todos los niveles y estratos, aunque en diversos grados. Desafortunadamente, la medida de dichos grados no se debe al fortalecimiento de identidad yoica nacional, sino a la transculturación y bienestar económicos. Se dejó de pensar en Cortés y Moctezuma, en la chingada y la Malinche, en Tonantzin y Guadalupe, para pasar a oscilar entre Niké y Reebok, entre Hollywood y Mc donalds, entre José Smith y Elena G. de White.

En conclusión; la búsqueda de identidad sigue siendo competencia prioritaria del mexicano, aunque este se niegue a ella y pase a embrutecerse en el consumismo y los medios de entretenimiento masivos actuales. La necesidad de ser seguirá inquietando el camino, y mientras no se acepte y asuma, México seguirá siendo receptáculo de buitres propios y extraños, víctima de la violencia, la pobreza y el abuso sistemático del que ha sido objeto a lo largo de su historia, y en el mejor de los casos, nuestra poderosa fuente de orgullo y trascendencia, nuestro pasado indígena, nuestros rasgos europeos y la combinación respetuosa e integradora de los mismos, seguirá siendo solamente pastel de un turismo curioso y quizá vegetativo.

La mejor manera de integrarse a un mundo globalizador, es preparándose física, mental, intelectual y laboralmente desde una plataforma de identidad y amor por la propia persona y por su pasado. Se puede respetar y hacer respetar los derechos de otros si se hace primero con los de uno mismo, y se puede amar de forma plena, admirar y saborear otras culturas si se ha desarrollado el mismo amor primero por la propia. Sensibilizar al individuo, y ofrecerle los datos que requiere es pues, una necesidad de carácter urgente en nuestro país.


Es en las universidades mexicanas donde se ubica el campo propicio para sembrar la duda filosófica, y atender la urgente necesidad del ser del mexicano. Los estudiantes universitarios, al lado de sus facilitadores, tienen la maravillosa oportunidad de asumir estos retos, de cara a un futuro que lleva centurias aguardando el amanecer del sexto sol.


José Raúl Herrera Ramírez.

12 de octubre del 2008.

Juchitán, Oaxaca, México.

José Raúl Herrera Ramírez

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