2 AÑOS (Primera parte)

Sucedió hace dos años y aún lo recuerdo
como si hubiera ocurrido apenas ayer:
aquel momento en que tu imagen,
tierna y cálida, se guardó en mi mente,
apareciendo en mi vida un nuevo amanecer.

Puedo cerrar los ojos y revivir ese instante,
en que dudada a ti acercarme,
para preguntar tu nombre y saludarte,
para admirar de cerca tu mirada,
para apreciar de cerca tu sonrisa,
para asegurarme que en ti de malo nada había,
para ofrecerte una mano amiga.

Lo que sentía era extraño, lo confieso.
No estaba seguro,
pero no era amor aún,
sino un sentimiento incierto
al que me negaba,
por el que rogaba que cesara,
pero que seguía creciendo.

Sin saber cómo ni cuando
te adentraste en mis sueños,
tu nombre se hizo presente en mis labios.
¿Cómo permitirme algo así,
si tu corazón tenía dueño
y nos separaba una brecha
llamada: años?

¿Cómo detener el cruel fuego
que sin piedad me carcomía por dentro?
¿Cómo apagar esa llama
que me condenaba a amarte en secreto?
¿Cómo expulsarte de mis adentros,
cuando sin darme cuenta
te entregué las llaves de mi alma,
y había hecho un hábito hermoso
el pronunciarte en mi oración de cada mañana?

Lo intenté, Dios sabe que lo intenté.
Pero ese nombre de seis letras
se hizo de raíces profundas en mi interior.
Y sólo entonces, cuando te volviste
parte de mi vida entera
acepté que ese sentimiento era amor.

Sólo fue cuestión de tiempo
aprender a contener mis ganas de abrazarte,
mientras te sostenía la mirada.
Aprender a decir “te quiero” en silencio,
sin saber cómo dejar de amarte,
y disfrutar de dulce voz cada semana.

Me acostumbré a que me llamaras “amigo”
y compartieras algunos de tus secretos;
me convertí en un guardián de tu camino,
el vigilante de tus senderos,
el que sin decirlo anhelaba tu cariño,
y ser algún día de tu corazón el dueño.

¿Que era doloroso? Si, es cierto.
Pues deseaba un derecho que ya otro tenía
y no me correspondía:
el de besar tus labios
y estar presente en ellos cada día;
refugiarme en tu mirada
y convertirte en la vida mía.

Y comenzaron las noches de desvelo
en que a Dios rogaba con anhelo
que pusiera fin a mi dolor,
fuera llevándote lejos
o traerte por fin a mi lado;
pero que acabara con este benigno sufrimiento.

Llegué a desear que mi corazón se rindiera
y me pregunté si de verdad ya no quería amarte.
Pero la respuesta es hasta hoy un “si quiero”,
sin importar cuánto doliera,
sin importar que, como un veneno,
este amor mi vida disolviera
hasta dejarme sin aliento.

Y firme en mi decisión,
aprendí a ver en ti más que sólo una mujer sencilla,
y en esa locura que forma parte de mi naturaleza,
decidí que tu, mi dulce niña,
serías por siempre mi Princesa.

Princesa de mi vida te nombro,
porque has llenado mi existencia de alegría,
porque te has convertido en mi mejor motivo;
porque eres mi fuente de energía;
porque en tus ojos me mantienes cautivo;
porque soy un mejor hombre en tu compañía;
porque gracias a ese amor que has alimentado,
puedo seguir sin temor adelante
y salir victorioso en la lucha de cada día.[/i]

Aunque ya había tenido la oportunidad de leerte en el foro, me regalo ahora el privilegio de darte la bienvenida a nombre del taller. Muchas gracias por tus participaciones y entusiasmo. Esperamos tenerte mucho y por mucho tiempo.

Este poema que nos has compartido me parece intenso, congruente y muy empático. La forma que describes el proceso de enamorarse es deliciosa. De lo real a lo ideal. Sin embargo, me parece acertado que la historia no termine aquí. En espera de la siguiente entrega, te diré que desde mi punto de vista, la princesa tiene el derecho de estar lejos, pero también la oportunidad de acercarse a conocer a este hombre que tánto y tan bellas cosas guarda para ofrecerle. Habrá que estar preparado para tratar con devoción a la princesa y con amor a la mujer.

Te deseo la mejor de las suertes y el más rotundo de los éxitos. !Ánimo!!!!


Raúl